Por fortuna, el poco prolífico Peter Glenville se animó a hacer una película seria desde la distancia, una película en la que se desdramatizan (con inteligencia) la política, la amistad y los líos de faldas.
Se trata de Becket, el diálogo que el rey mantiene con un muerto.
La amistad de ambos, Tomás Becket (el sajón) y Enrique II (el normando), se va afianzando a medida que los problemas entre ellos les dirigen al abismo. Si la personalidad de uno es arrolladora, la del otro es un tren de mercancías fuera de control, y por encima de ellos, por encima de la amistad que los une como a hermanos, sólo una debilidad: el valor que se dan a sí mismos. Y después, aquí la Iglesia y allá el Estado.
Así que no diremos que la historia acaba en tragedia porque ya empieza con el cadáver de Becket en un templo, es decir, que sabemos hacia dónde se dirigirá la historia aunque no sepamos demasiado sobre Historia.
Fantástico Richard Burton, como siempre, y excepcional Peter O’Toole, que da rienda suelta a un monarca deslenguado, egocéntrico, maniático e histriónico, el primer Plantagenet. Brillantes los diálogos, las réplicas y contrarréplicas… y como telón de fondo, los mismos problemas que hoy, sólo que ya hace mil años de aquello.
